Allí A., R., X y cía ya se conocían la zona y parecían muy cómodos. Tras su agonía vegetariana en Vrindabán, donde no sólo eran vegetarianos sino que a demás prohibían las zanahorias, cebollas y otras horalizas por considerarlas malditas (ver leyenda), no dudaban en acudir al más caro de los restaurantes locales a pedirse chuletones de medio kilo para cenar (500 rupias).
Nuestra primera compra fue una falda (500 rupias sin regatear, nos podía haber costado mucho menos).
La zona parecía interesante así que decidimos conocerla en bici. E. nos sorprendió eligiendo una llamativa bicicleta rosa con cesta pero que resulto ser la que mejor funcionaba (el ojo clínico conseguido en Ámsterdam). El resto tuvimos que tomar duras decisones (¿es mejor un solo pedal o una cadena floja? ¿es mejor que el manillar esté suelto o el sillín?) y partimos a la aventura.
Primera parada: la oficina de turismo. Necesitábamos pases para la ruta de los Annapurna, había que llevarlos todo el camino y pasar a sellarlos por determinados puestos.
Pero claro, al poco de llegar comenzó a llover de forma torrencial y estuvimos un buen rato con las tramitaciones porque no estábamos todos los del grupo y eso suponía una irregularidad pero al final nos dejaron, pero tuvimos que ir a por fotos y documentos, y al final con todos ellos llegó MA casi cuando estaban cerrando, empapado y con barro hasta las cejas, pero bueno lo conseguimos.
Estos trámites podían hacerse también en la ruta, pero era mucho más caro, así que lo dejamos todo solucionado antes de salir. Con todas las tramitaciones descubrimos otra similitud entre Holanda y Nepal, las fotos de carné tienen el fondo gris, las nuestras eran holandesas y las de los demás españolas, así que tenían el fondo blanco, cuando vieron las nuestras les hizo ilusión porque eran como las suyas.
Tras esquivar coches y búfalos de agua en la carretera, nos internamos por caminos rurales entre arrozales bordeados de bosque, un bosque que respiraba y vibraba conforme anochecía. Pasamos por un pequeño barranco y cruzamos nuestro primer puente colgante.
Una cosa que tenían de especial las bicis es que frenaban al revés que en España, el freno derecho era el de delante y el izquierdo el de atrás, a nosotros no nos costó acostumbrarnos, así frenan las bicis en Holanda, las que no frenan tirando los pedales hacia atrás.
Justo antes de regresar, decidimos ver una cueva con una cascada, en la que había muerto uan turista llamada Devi tras una crecida. La cueva estaba cerrada y había que pagar (100 rupias) mas la propina del guía. Según bajamos, había (como en todas partes) varios altares religiosos que había que pasar por la derecha. El primero de ellos, en una gruta paralela recubierta de cemento, era para la fertilidad y acudían mujeres que deseaban un hijo.
Aunque iban a cerrar, el guía nos dio suficiente tiempo hablando con los guardas. El recorrido bajaba a través de amplias cavidades y se abría en un gruta de gran altura, una grieta gigantesca que se abría al cielo y por el que discurría la cascada.
En la cueva había bastante basura, lo que según el guía, era por los turistas indios (resentimiento?). También nos contó algunos acrónimos (NEPAL: Never Ending Peace And Love; INDIA: I Never Do It Again) y que a pesar de que los budistas e hinduístas se llevan bastante bien, hay mal rollo con los musulmanes, que pasan los hitos y lugares sagrados circuambulando en sentido contrario a las agujas del reloj, o sacrifican animales también de la misma forma.
Como iban cerrando, apagaron las luces, quedándonos a oscuras de no ser por las infalibles luces de las bicicletas de Ámsterdam: pequeñas, manejables y bastante brillantes.
Tras la visita y la propina (300 rupias del bote) regresmos al hotel, durante el cual las bicis empezaban a desmontarse por el camino, tuvimos dos bajas, así que parte de la expedición volvió andando remolcando sus bicis, mientras el resto nos adelantábamos, a contarles a los de la tienda de las bicis lo que nos había pasado, y que llegaríamos más tarde de lo acordado. Pedimos un taxi en el hotel, que fuera a buscar a los que volvían remontando sus bicis y luego discutimos “amistosamente” con los de la tienda si les pagábamos la bici que dejó de funcionar o no (eran solo 50 rupias pero con ello se jugaba aparentemente el orgullo, adquirido sobre todo por los que pasaon por la India, de no ser explotado turísticamente como recurso. Les dejamos claro el problema, y tras discutir con toda la familia, les pagamos. Fue una situación extraña, toda la familia trataba de separarnos y discutirnos, mientras que nosotros solo tratabamos de parecer razonables y hablábamos cada vez más bajo. Cuando les dimos las 50 rupias que faltaban, la tensión desapareció, como que habíamos sido actores todo este tiempo y nos sonrieron y nos dieron las gracias).
Cenamos en un sitio algo más carillo, en el que había carneee… y compramos algunas cosillas para la ruta que empezábamos al día siguiente. Luego, nos fuimos a preparar las mochilas para la ruta, y a dormir, que madrugábamos, ¡teníamos que salir a las 7 de la mañana!