3 de julio de 2009

2 de abril de 2008: día en Pokhara

Este día todavía nos quedábamos en Pokhara, a conocer un poco la ciudad, el resto para cuando volviéramos de nuestra ruta por los Annapurna. El barrio turístico, muy cerquita del lago, era un remanso mucho más pacífico que el de Katmandú y unía por igual turistas de a pie y avezados (o supuestamente) montañeros.
Allí A., R., X y cía ya se conocían la zona y parecían muy cómodos. Tras su agonía vegetariana en Vrindabán, donde no sólo eran vegetarianos sino que a demás prohibían las zanahorias, cebollas y otras horalizas por considerarlas malditas (ver leyenda), no dudaban en acudir al más caro de los restaurantes locales a pedirse chuletones de medio kilo para cenar (500 rupias).

Nuestra primera compra fue una falda (500 rupias sin regatear, nos podía haber costado mucho menos).
La zona parecía interesante así que decidimos conocerla en bici. E. nos sorprendió eligiendo una llamativa bicicleta rosa con cesta pero que resulto ser la que mejor funcionaba (el ojo clínico conseguido en Ámsterdam). El resto tuvimos que tomar duras decisones (¿es mejor un solo pedal o una cadena floja? ¿es mejor que el manillar esté suelto o el sillín?) y partimos a la aventura.
Primera parada: la oficina de turismo. Necesitábamos pases para la ruta de los Annapurna, había que llevarlos todo el camino y pasar a sellarlos por determinados puestos.
Pero claro, al poco de llegar comenzó a llover de forma torrencial y estuvimos un buen rato con las tramitaciones porque no estábamos todos los del grupo y eso suponía una irregularidad pero al final nos dejaron, pero tuvimos que ir a por fotos y documentos, y al final con todos ellos llegó MA casi cuando estaban cerrando, empapado y con barro hasta las cejas, pero bueno lo conseguimos.
Estos trámites podían hacerse también en la ruta, pero era mucho más caro, así que lo dejamos todo solucionado antes de salir. Con todas las tramitaciones descubrimos otra similitud entre Holanda y Nepal, las fotos de carné tienen el fondo gris, las nuestras eran holandesas y las de los demás españolas, así que tenían el fondo blanco, cuando vieron las nuestras les hizo ilusión porque eran como las suyas.

Tras esquivar coches y búfalos de agua en la carretera, nos internamos por caminos rurales entre arrozales bordeados de bosque, un bosque que respiraba y vibraba conforme anochecía. Pasamos por un pequeño barranco y cruzamos nuestro primer puente colgante.
Una cosa que tenían de especial las bicis es que frenaban al revés que en España, el freno derecho era el de delante y el izquierdo el de atrás, a nosotros no nos costó acostumbrarnos, así frenan las bicis en Holanda, las que no frenan tirando los pedales hacia atrás.
Justo antes de regresar, decidimos ver una cueva con una cascada, en la que había muerto uan turista llamada Devi tras una crecida. La cueva estaba cerrada y había que pagar (100 rupias) mas la propina del guía. Según bajamos, había (como en todas partes) varios altares religiosos que había que pasar por la derecha. El primero de ellos, en una gruta paralela recubierta de cemento, era para la fertilidad y acudían mujeres que deseaban un hijo.
Aunque iban a cerrar, el guía nos dio suficiente tiempo hablando con los guardas. El recorrido bajaba a través de amplias cavidades y se abría en un gruta de gran altura, una grieta gigantesca que se abría al cielo y por el que discurría la cascada.
En la cueva había bastante basura, lo que según el guía, era por los turistas indios (resentimiento?). También nos contó algunos acrónimos (NEPAL: Never Ending Peace And Love; INDIA: I Never Do It Again) y que a pesar de que los budistas e hinduístas se llevan bastante bien, hay mal rollo con los musulmanes, que pasan los hitos y lugares sagrados circuambulando en sentido contrario a las agujas del reloj, o sacrifican animales también de la misma forma.
Como iban cerrando, apagaron las luces, quedándonos a oscuras de no ser por las infalibles luces de las bicicletas de Ámsterdam: pequeñas, manejables y bastante brillantes.


Tras la visita y la propina (300 rupias del bote) regresmos al hotel, durante el cual las bicis empezaban a desmontarse por el camino, tuvimos dos bajas, así que parte de la expedición volvió andando remolcando sus bicis, mientras el resto nos adelantábamos, a contarles a los de la tienda de las bicis lo que nos había pasado, y que llegaríamos más tarde de lo acordado. Pedimos un taxi en el hotel, que fuera a buscar a los que volvían remontando sus bicis y luego discutimos “amistosamente” con los de la tienda si les pagábamos la bici que dejó de funcionar o no (eran solo 50 rupias pero con ello se jugaba aparentemente el orgullo, adquirido sobre todo por los que pasaon por la India, de no ser explotado turísticamente como recurso. Les dejamos claro el problema, y tras discutir con toda la familia, les pagamos. Fue una situación extraña, toda la familia trataba de separarnos y discutirnos, mientras que nosotros solo tratabamos de parecer razonables y hablábamos cada vez más bajo. Cuando les dimos las 50 rupias que faltaban, la tensión desapareció, como que habíamos sido actores todo este tiempo y nos sonrieron y nos dieron las gracias).

Cenamos en un sitio algo más carillo, en el que había carneee… y compramos algunas cosillas para la ruta que empezábamos al día siguiente. Luego, nos fuimos a preparar las mochilas para la ruta, y a dormir, que madrugábamos, ¡teníamos que salir a las 7 de la mañana!

1 de abril de 2009

1 de abril de 2008: Viaje a Pokhara

Ha pasado un año ya, un año desde que estábamos por aquellas tierras, cómo pasa el tiempo...y ya que teníamos esta entrada preparada, me ha parecido un buen momento para publicarla, precisamente hoy, ya que al darme cuenta de la fecha, he pensado... mmm hace un año estábamos yendo a Pokhara, ¡qué cosas!. Habíamos pensado hacer las entradas, de un modo neutral que no se notara si el que escribe la entrada de base es MA o soy yo, porque, hasta que no están completamente revisadas por los dos y los dos estamos de acuerdo, no se publica nada; pero bueno me vais a permitir tomarme la licencia de esta breve introducción, la entrada en sí, sigue el patrón de todas las demás.


Pájaros exóticos y ajetreo en las calles anunciaban un nuevo día en Kathmandú. Teníamos un largo viaje por delante.
Elegimos los autobuses-para-turistas, una alternativa un poco más cara pero sustancialmente más cómoda a los autobuses normales, en los que se enlataba el grueso de la población. Tenían aire acondicionado (ventiladores) y eran más cómodos, te asegurabas plaza, y no ibas a compartir sitio con una cabra. Así que a todos nos pareció mejor opción, a todos... bueno no a todos, MA hubiera ido con la cabra encantado, total ya había convivido con gallinas en hospitales al otro lado del charco. “Sabor popular”, suspiraba. Cómo cambiaría nuestra mentalidad en un mes: ¡con lo bien que se viaja en el techo! (pero esta es otra historia y deberá ser contada en otro momento). Al levantarnos E. fue al baño y vio la cucaracha más grande y bonita que había visto en su vida.

Con todo preparado nos fuimos hasta la estación. Nos esperaban 9 horas de viaje en autobús, para recorrer apenas 200 km. Entre otras cosas en el precio del bus de los turístas viene incluído un litro de agua, que nos dieron al llegar a la estación. También nos ofrecieron un té.

La salida de Kathmandú fue leeennntaaaaa, mucho tráfico, peor que salir de Madrid un puente a una hora comprometida... y hacía calor, si habrías las ventanas te comías el polvo de las calles.... Pero bueno fue curioso, vimos gente en los mercados, barriendo el polvo de las calles, gente que se acercaba al bus a venderte cosas, fruta, bebida, etc. Nos costó bastante salir de la ciudad. E se durmió antes de salir y pasó bastante tiempo dormida, la mayoría del viaje. No íbamos muy delante en el bus lo cual no fue muy grato para MA.

Y de repente paramos para comer a mitad camino. Buffet libre incluído en el billete. Bueno la bebida no, pero no era como en Holanda, que cuando vas a un sitio en el que la comida es barata no puedes permitirte el lujo de pedir bebida porque te van a pedir un riñón por ella, y claro por supuesto nunca llegaría a la exageración de 5€ por una caña (os imaginaís 500 rupias... si con eso vives varios días). S, M, y E comieron mientras MA se dedicó a investigar la zona, husmeando entre la hojarasca y hacer fotos varias, ya que no quería meter algo en su estómago para que acabara saliendo de nuevo por el mismo orificio que entró.


Y después de largas horas de viaje llegamos a Pokhara, tras la descoordinación inicial que habíamos tenido, no sabíamos si A. sabía cuando llegábamos, no sabíamos donde se alojaban, y no había internet en Kathmandú (por aquello de a grandes males grandes remedios, cortamos los cables y ya está), bueno en realidad S y M sí sabían donde se alojaban pero bueno... descoordinación inicial. Pues tras la descoordinación inicial, todo salió perfecto, A había mandado a un taxista a buscarnos (como indicación tenía que éramos dos chicos y dos chicas y uno de los chicos tenía el pelo y la barba largas), así que no tuvimos ninguna complicación, llegamos al hotel de Pokhara, y nos dejamos llevar a sitios por ellos que ya llevaban allí más días, ahora eran ellos nuestros guías experimentados.

Cenamos en un restaurante muy familiar, pescado fresco del lago y momos (comida típica de Tibet), que estaban muy ricos, y otras delicias. Nos contaron algunas de las fascinantes historias de sus 4 meses en India, increíble. El sitio donde estábamos cenando, en una mesa que estaba medio en la calle, y en la parte de atrás la casa de los dueños, de hecho ua niña (la hija?) salía constantemente y estuvo allí con nosotros, estuvimos bromeando y jugando con ella. ¡Genial!. Parte de los mejores recuerdos del viaje son los que compartes con la gente de allí.

Después fuimos a un bar que estaba cerca de nuestro hotel, llegamos tarde al hotel y ya estaba cerrado, pero no importaba porque teníamos a nuestro pequeño tulpa (que ya habían adquirido los que ya estaban allí) que nos abría la puerta a la hora a la que llegáramos. Fue el único día que fuimos a un bar, en plan a tomar algo, sin más.

29 de marzo de 2009

31 de marzo

Tras dormir una noche más en nuestro hotel en Tamel, AcmeGuestHouse, acompañados para dormirnos de Dire Straits y otras canciones que sonaban en los bares de alrededor, despertábamos de nuevo en la convulsa Kathmandú. Nuestro último día por el momento.

Hoy llegaban S y M, tras su largo viaje (un poco más corto que el nuestro) con escala en Qatar.Alguien de la recepción del hotel nos golpea la puerta. Nuestros amigos ya habían llegado y que estaban abajo esperando a que les dieran las llaves y estas cosas. Así que bajamos, y desayunamos todos juntos, té nepalí y unas tostadinas. Además nos dijeron que por fin teníamos libre la habitación que nos debían de haber dado el primer día y nos podíamos cambiar, el francés ya se había ido. Así que después de desayunar S y M subieron a su habitación a acomodarse un poquito, y nosotros nos cambiamos de habitación.

Después de esto nos fuimos un poquito de vuelta turística, esta vez nosotros hacíamos de “guías experimentados”, dando consejos y todo: “antes de salir a la calle, coged aire, no miréis hacia atrás y seguidnos, si os paráis oleran vuestro desconocimiento e intentarán venderos sus servicios...” (es una dramatización, pero al principio te sientes un poco así).

Bajamos hacia la plaza Hanuman Dohka, se hicieron los pases para poder ir todos los días que quisiéramos, y nosotros modificamos los nuestros (nos los habían hecho sólo hasta ese día, pero íbamos a volver a la ciudad a finales de mes, así que nos hacía falta alargarlo para que nos dejaran entrar cuando volviéramos).

Después de ver la plaza, lo cual lleva bastante tiempo, porque por muchas veces que vayas nunca acabas de verla... [inciso: espinita clavada en el corazón, haber visto la plaza a eso de las seis de la mañana, ya era de día, y fijo que no había tal hervidero de gente, tenía que ser una pasada, se nos ocurrió hacerlo el último día, pero la fiebre y dolor de varias cosas de E impidió que la visitaramos], les hicimos un tour similar al del día anterior, para que S y M conocieran esa parte de la ciudad, sin alejarnos tanto como el día anterior, ya que no pretendíamos llegar hasta el templo de los monos, eso lo dejaríamos para cuando volvieramos con los que nos esperaban en Pokhara.

Volvimos a comer al hotel, y después de comer y que ellos descansaran un poco, después de un viaje tan agotador empezar a recorrer un mundo desconocido sin haber dormido no es muy alentador por mucho que te lleven y te dejes llevar.

Por la tarde fuimos al banco al Himalaya Bank para que ellos cambiaran dinero “por lo legal”, como pone en la Lonely Planet, para que te den un papelito que te hace falta para cuando te vayas, porque sólo te volverán a cambiar a euros un porcentaje de todo el dinero que hayas cambiado tú durante tu estancia. Hicimos el cambio y cuando ya nos habíamos ido del banco nos dimos cuenta que habíamos ido allí a por el dichoso papel y nos habíamos marchado sin él. En fin...

E intentaba contactar con sus padres ya que tenía unas cuantas llamadas perdidas suyas y de un número desconocido, finalmente lo consiguió y no fue nada. Nunca más volvimos a cambiar al banco, el cambio te sale peor y sólo fuimos por el papel que no obtuvimos, y nunca tuvimos problema alguno. Nosotros volvimos al sitio donde habíamos cambiado el dinero el primer día, porque nos habían dado varios billetes de 1000 y sabíamos que estos billetes eran difíciles de cambiar por la montaña, y al día siguiente nos íbamos a Pokhara para empezar nuestra marcha por los Himalaya, así que necesitábamos billetes más pequeños. [Breve inciso para recordar que 1000 rupias nepalís son 10€]. Volvimos allí, y el señor que nos atendió la otra vez no estaba, pero no nos pusieron ninguna pega, le explicamos la situación y nos cambió los billetes grandes por otros más pequeños, a la luz de una tenue vela (como muchas tardes en que cortan la electricidad en Katmandú), lo que a unos europeos acostumbrados a tramitar las cosas de dinero en lugares amplios, relucientes y llenos de fluorescentes les puede resultar un poco chocante...

Pero todo salió bien, y sin problemas, es la buena fé de la gente la que hace que las cosas salgan bien y no las brillantes salas llenas de fluorescentes.

Tuvimos que pagar el hotel, y los billetes a Pokhara que nos los tramitaron los dueños del hotel, lo hicimos ese día porque al día siguiente madrugábamos para marcharnos a la ciudad de los lagos.